En su constante pernoctar entre París y La Habana, este artista cubano ha ido configurando una poética tan inequívoca y representativa de su persona, que sólo podría descifrarse gracias a las claves que él mismo revela en esta conversación.

Pintar para mí es vivir, levantarme cada mañana y saber que puedo plasmar mis sueños para que no se pierdan en el espacio, y así poder compartirlos

 

 Moisés Finalé (Cárdenas, Matanzas, 1957).

Una vez más Moisés Finalé acaba de llegar de Francia, donde reside desde 1989. Algunos dicen que la culpable es La Habana porque es la ciudad de sus utopías e ilusiones: él mismo afirma dormir a veces en París, y soñar aquí.
Ya ha perdido la cuenta de sus tantos regresos desde 2003, cuando, para sorpresa de muchos, volvió a exponer en Cuba, invitado por el Museo Nacional de Bellas Artes. Designó ese reencuentro, al igual que el conocido bolero de Los Zafiros, como «Herido de sombras», título que suscitó cierta teoría acerca de una «nostalgia de Finalé», invento de algunos para entender los continuos retornos del artista a la Isla.
Más de 15 años habían transcurrido de su última exposición en el país: «Alto, Medio, Bajo», realizada en el Castillo de la Fuerza, y fue «Herido de sombras» la insoslayable oportunidad para quienes —no estando muy al tanto de su producción fuera de Cuba— pudieran reencontrarse con el artista emigrado, reencantarse con su obra o redescubrirla, mientras que otros… se sintieron cautivados con la ternura de la primera vez.
Moisés nació en Cárdenas, Matanzas, en 1957, y devenido habanero —como se autoproclama—, constituyó una de las primordiales figuras del llamado «boom de los 80», importante período de transición formal y conceptual que experimentó la plástica cubana de aquel entonces.
En los últimos cinco años ha expuesto en la capital cubana en cuatro ocasiones, y hasta presentó en una de las ferias del libro sus Apuntes de teléfono, cuaderno que compila esbozos realizados en los soportes más insospechados e insospechables, a la vera de una voz del otro lado de la línea telefónica, que fueron coloreados con la poesía de Aymara Aymerich.
Otra cita tuvo lugar en 2004 en la Galería del Museo del Ron, cuyo espacio compartió con la artista francesa Maylis Bourdet. Bajo el título de «Doble realidad», Finalé puso a disposición del espectador cubano su más reciente quehacer, incluido un gigantesco e impresionante lienzo de cinco metros. Tiempo después me confesaría que lo considera su cuadro más logrado: «el primero que salvaría si viniera un tsunami u otra catástrofe natural».
Se trata de Amores de los ochenta o El bosque de La Habana, «cuadro que debí pintar en esa década; era una especie de deuda que vine a pagar a largo plazo, como una asignatura pendiente que pudo haber aprobado cualquiera», me expresó con ese típico desenfado suyo rayano en lo herético.
Con sus peculiares fabulaciones y la intersección de elementos y conceptos tomados de la cultura popular, Moisés volvió a sorprendernos, incorporando nuevas técnicas como el cosido a mano en Doble vida y Dónde tú irás.
Retorna en 2005, esta vez a la Galería Habana, con una muestra a cuatro manos junto a la investigadora Natalia Bolívar: «Simulacres atypiques». Una vez más, Finalé jugó con los mitos y leyendas que pertrechan su poética de alegorías antropológicas y etnográficas. Allí expuso obras como: Los reyes, La buena pipa, Le geant, Entre tú y yo el blanco de tu cuerpo...
Corría 2007 cuando se dispuso a enterrar la dorada década de los 80. La sección de «autotomía» o de despojo, o mejor aun, el «entierro», fue posible gracias a la Galería Servando y «Se fueron los 80». Integraba esa exposición casi una veintena de lienzos de mediano y gran formato, a los que acompañaba una suerte de valija-féretro-relicario en la que el público enterró objetos representativos de aquella época, convirtiéndose en coautor de esa original instalación.

 
 Entre tú y yo el blanco de tu cuerpo
(2005). Técnica mixta sobre lienzo (150
x 200 cm).

«Me propongo enterrar mis 80, ¡ya! Era hora, ¿no?», me dijo entre risas y humo de cigarro, mientras yo fingía creerle que podría exorcizar de sus neuronas aquel período. Tal vez —pensaba yo— no tiene recuerdos melancólicos, pero olvidar los 80... ¡qué va! Y, en efecto, volvió a pintar en Cuba; rompió el hielo con Resumen, Otra gitana para Cuba, El zorro de Cárdenas es Julito Martínez..., piezas que, lejos de representar una ruptura con sus anteriores trabajos, funcionan como una secuencia lógica, una especie de pase de revista.
Así volvió una vez más con sus texturas fusionadas con disímiles elementos: suertes de collages, barrocos en la composición y en el uso de la luz. A sus entes enmascarados flotando en ocres atmósferas, los acompaña un erotismo persistente que nos recuerda que, cuando todo calla, el cuerpo nos grita desde su silencio.
Entonces, me propuse entrevistarlo, más bien conversar en serio. Aproveché una de sus más recientes visitas a La Habana para capturarlo justo cuando despertaba y se disponía a ingerir su inevitable dosis de cafeína, sin la cual —asegura— le es imposible amanecer.
Casi desisto de hacerle preguntas, viéndolo desenterrar un añejo cenicero del baúl de los 80, útil préstamo para ahogar los múltiples cigarros que vendrían. Rompió entonces el silencio y, entre volutas de humo, emprendió un largo soliloquio:
«La creación es parte de mi vida; está todo el tiempo ahí. Pienso que no sé hacer otra cosa. Tal es así que, desde que me gradué del Instituto Superior de Arte en 1984, se ha  convertido en mi razón de ser. El día que no pueda seguir pintando, me las veré muy difícil. Pintar para mí es vivir, levantarme cada mañana y saber que puedo plasmar mis sueños para que no se pierdan en el espacio, y así poder compartirlos».
Todo esto me lo decía en un tono que yo no atinaba a saber si era en broma o era en serio, pues de pronto reía socarronamente, como cuando afirmó: «pintando conjuro las tinieblas que a ratos pueblan el alma».
¿Qué preguntarle?, me preguntaba. Y aún me pregunto: ¿para que pierde el tiempo firmado sus creaciones, si su poética termina delatándolo? Es tan inequívoca y representativa que sólo puede pertenecer a él. A ese mismo que parece «dejar gotas de su sangre en cada pieza», para decirlo con el mismo tono de su voz aquella mañana.
Imaginé que los personajes que habitan sus lienzos venían de la India, Egipto, África... para cohabitar con sus demonios internos. Pero, ¿serán demonios o ángeles las fuerzas motrices que lo impulsan a tomar los pinceles y lanzar esos trazos —los mismos que nos llegan a zurdas, mediante su sagaz mano izquierda—, para después manifestarse en eclosiones cromáticas?
«Mi materia prima inspiradora ha variado con los años, hoy día son otras, a pesar de ser un artista que no ha dado muchos saltos en su trayectoria. Con el tiempo me hice un pintor figurativo. Pero lo que siempre me mueve a crear —y pienso que esto se ha definido más en los últimos años— es la función social del arte. Creo que los artistas debemos tener una participación más activa en las sociedades en que vivimos. A mí me cansa, me aburre —hasta el punto de llegar a detestarlo— el “pintor de caballete” que se pasa el día en su estudio tratando de crear un universo, de “hacer arte”. Pienso que los artistas debemos incidir más en la cotidianidad, lo que personalmente siempre me he propuesto.
»Al principio mi inspiración estaba muy marcada por la influencia de grandes maestros de la neofiguración y del neoexpresionismo como Bacon, Saura y De Kooning. Luego me encontré indagando en el arte popular cubano, fijándome en aquellos que pintaban sin conocimiento teórico de ningún tipo. Prácticamente estuve copiando aquel tipo de figuración que, con el tiempo, fui asimilando de una manera tan fuerte que la hice mía y la fusioné con elementos extraídos de mi formación académica.
»Con todas esas mezclas, mi arte se tornó contemporáneo y se alejó de lo primitivo. Después vino el influjo de todo lo que pudiéramos llamar la transvanguardia italiana, nombres como Paladino, Clemente, Barceló... a los que conocí posteriormente en París y con quienes ingenuamente tuve puntos en contacto cuando defendía el arte bidimesional en Cuba.

 
 Los Reyes (2005). Técnica mixta sobre tela (130 x 97 cm).

»Antes no me había interesado mucho por el arte africano ni por el sincretismo religioso, tópicos que me habían tocado muy de cerca desde pequeño, ya que nací en uno de los pueblos más interesantes en materia folklórica, donde se respira religión.
»Al llegar a París comienzo a coleccionar máscaras y esculturas africanas, que hoy conviven conmigo en mi estudio, y son ellas las que se introducen en mi obra y me conducen hacia esta nueva temática que aparece y desaparece de vez en cuando.
»¿Si tuviera que seleccionar un tema recurrente, me preguntas?¿Un tema al que siempre vuelvo? Bueno, te diría que la mujer, su belleza. También el erotismo, que, sin desempeñar un rol preponderante, casi siempre está ahí. Diríamos que soy un artista erotizado pero no hago precisamente arte erótico».

¿Por qué las mujeres y otros personajes de tus obras aparecen con velos o enmascarados?

En un principio quería que las mujeres y todos los seres que habitan mis obras, carecieran de una mirada directa; les ponía esos velos o máscaras para desviarles la intención de los ojos y para que se relacionaran o se tocaran solamente a través de la piel o de las lenguas.
Las mujeres son las únicas que se han ido quedando con estos antifaces, quizás porque es el modo que encuentro de simbolizar el misterio que llevan dentro de sí. Les quitaré las máscaras cuando pierdan sus enigmas, cuando ya no me quede ninguno por descifrar, aunque creo que ese día de revelaciones nunca llegará.

¿Quiénes te ayudan a pintar, los ángeles o los demonios?

Los dos están junto a mí de una forma u otra cuando pinto. Siempre he dicho que soy un pintor que no sufro para pintar. Como artista estoy netamente complacido conmigo mismo y casi siempre, salvo raras excepciones en que tengo algún problema o dificultad, vivo mi vida muy feliz y trato de ayudar a los que me rodean, lo que creo se refleja en mi obra y a la hora de enfrentar la creación.
Ahí considero que es en donde actúan los ángeles, mientras que los demonios están presentes en el momento en el que asumo pintar como un gran divertimento. También están en cada detalle sensual u oculto, y acompañan a mis piezas cuando les toca ser interpretada por los espectadores. Resumiendo: mis cuadros son una coproducción cielo-infierno en la que ambos intervienen muy unidos.

Como artista verdaderamente creador, no pintas atendiendo a ninguna tendencia o canon preestablecidos, pero si tuvieras que «etiquetear» tus piezas, ¿cómo lo harías?

Soy, ante todo, un pintor bien contemporáneo. He variado en algunos momentos, aunque me he mantenido muy aislado de grupos y movimientos en los que no me gusta que me encasillen.
He estado siempre al tanto de lo que sucede a cada nivel en cada momento, así que no se me pueden vender ideas que he visto hace años, haciéndolas pasar por nuevas. Con esto no quiero decir que mi arte sea de vanguardia, ni que sea lo que está «arriba», sólo que me he mantenido coherente con mi obra y sincero conmigo mismo haciendo lo que quiero, por lo que no sé nada de etiquetas.

Alguien mencionó en una ocasión que el arte está hecho para sentirlo y no para comprenderlo, de modo que cuando se habla de él según la lógica, no se dicen más que tonterías. Entonces, ¿cómo te gustaría que fuera interpretada tu obra, desde la razón o desde la emoción?

 
 Otra gitana para Cuba (2007). Técnica mixta sobre tela (114 x 81 cm).
Comparo pintar con una representación teatral. Los telones se superponen y van cayendo todos los días, lo que me convence cada vez más de la pluralidad de escenas que conviven paralelamente en cada lienzo. En cada uno habitan muchas ideas; pueden existir diez cuadros pintados uno encima de otro. Uno sugiere al que le sigue, y la idea que ya hoy no me sirve, se la incorporo a otro mañana. Eso me encanta, esa diversidad de propuestas en una misma que genera variadas y diversas interpretaciones.
El verdadero arte no reproduce lo visible, sino que hace perceptible lo que no siempre lo es, por eso me gusta que mi obra se entienda de ambas formas, según las emociones e ideologías de cada cual.

¿Cómo describirías ese universo «mágico » que creas y recreas en tus lienzos?

Ese universo va cambiando, pero se mantiene habitado por mujeres, que también varían; van apareciendo otras en correspondencia con las que surgen en mi vida y termino trasladándolas al lienzo. También aparecen símbolos como las manos y los cuchillos que se turnan. Temas antropológicos y alguna que otra palabra que en Francia no se entiende y en otras regiones del mundo adquiere otras connotaciones.
Hay una forma de transgredir la llamada «bella pintura» o el hecho mismo de pintar. En ocasiones mis telas son más despejadas y tranquilas; a veces, más atormentadas, en dependencia de mi estado de ánimo, o como está el día.
Hace unos años me leí un libro de Thomas Mann, Cabezas trocadas, que me sugirió muchas ideas que aún me siguen acompañando: el aquello de no saber a quién pertenecen los rostros. Es fascinante...
También incluyo en mis creaciones protestas sociopolíticas, la función social del arte de la que hablamos siempre y que saco a la luz cuando tengo necesidad, sin que nadie me lo exija. Así, más o menos, es mi universo, aunque siempre hay más…

¿Y cómo encajas tú en ese universo?

Primeramente me divierto muchísimo pintando, creando mi propio mundo y diseñando los personajes que lo van a habitar. Ese planeta es una prolongación de mis sueños, de mis anhelos; de esa forma aparezco reflejado en él, aunque de vez en cuando emerjo autorretratado o mutado en uno de los seres que concibo.

¿Cuál de las manifestaciones de las artes plásticas prefieres para expresarte?

Durante muchos años fue la pintura. Soy graduado de esa especialidad, por lo que debería ser la manifestación más inmediata que encuentre para pronunciarme. Pero cada vez siento en esta última etapa un marcado desinterés por ella. Estoy renuente a pararme delante de un lienzo a pintar, y es por eso que estoy buscando nuevas formas de expresión como la escultura.
Siempre tengo la dificultad de que, en una forma u otra, visualizo ese espacio bidimensional a partir del color. A veces digo que no voy a permitirme emplear pigmentación, pero ésta emerge de una manera u otra, aunque no sé si es un defecto o una virtud.
Ahora estoy haciendo unas peculiares esculturas. Apelo a la tridimensionalidad, aunque son las paredes su destino final, pues son como pinturas con trazos férreos. Esta nueva idea surgió de la necesidad de hacer las rejas de mi casa, y comencé apropiándome de mis propias imágenes, redescubriéndolas en metal.
Estoy esculpiendo inspirado en mis propios motivos pictóricos, y todo surge del gran placer que siento al apreciar las rejas coloniales de La Habana, que de alguna manera me sirvieron de inspiración.

¿Qué diferencias estableces entre tus actuales producciones y las anteriores?

En las pinturas hay algunas variaciones, tanto conceptuales como morfológicas, técnicas y estructurales condicionadas por mi manera de enfrentarme a la creación. Estoy conjurando algunas nostalgias, especies de deudas que tenía con algunos maestros como Portocarrero y Víctor Manuel, que existen, están ahí, y de los que siempre se aprende.
En cuanto a los metales que estoy fundiendo, sigo sin quitarles las máscaras a mis personajes, por lo que no hay ninguna transición en cuanto a mis temáticas y motivos recurrentes.

¿Habanero de Cárdenas o cardenense de La Habana?

Soy habanero; lástima que no nací aquí para serlo más completo. Es como cuando uno descubre una ciudad o un país y se identifica inmediatamente con su ritmo hasta forjar un sentimiento de pertenencia. Si tuviera que volver a nacer, me gustaría hacerlo en mi Habana.

¿Y de Cuba, qué pintarías?

No me atrevería a pintar de un golpe este país; es demasiado para un solo lienzo, por eso racionalizo las dosis y, si tuviera que hacerlo, empezaría por la capital. De La Habana pintaría su vida, que no es más que la gente que encuentro y conozco. No plasmaría ese «no se qué» que está en la atmósfera y que es precisamente lo que me hace vibrar cuando llego aquí; es algo muy raro que no puedo explicar.
Pintaría la cotidianidad, el barrio, los encuentros, los ruidos, los olores, la calle... Me fascina la noche de esta ciudad, su arquitectura... Todo eso me llena mucho y me ayuda a convencerme de que es el lugar que más quiero.

¿Nostalgia por esta ciudad?

Soy como cualquier cubano que vive fuera de Cuba, a pesar de que esté en el extranjero por circunstancias muy especificas referentes al arte. Siento un gran amor por La Habana; a veces la extraño, pero no dejo que me cale la nostalgia, y, cuando ésta empieza, arranco para acá.

¿Qué espacio citadino te gustaría que acogiera alguna de tus creaciones?

Me encantaría poner una gran escultura en el malecón habanero, en cualquiera de sus partes, que tenga que ver con él. Sería interesante también hacer una exposición en un viejo almacén del Centro Histórico.

 
 Resumen (2007). Técnica mixta sobre
lienzo (114 x 89 cm)
¿Cómo logras trasladar —mediante tu obra— La Habana a París?

La llevo a través de mis recuerdos y experiencias. Transporto la cotidianidad que extraigo de cada minuto de la realidad que vivo aquí y que, a veces, me parece surreal. Cuba se filtra con una óptica diferente en mi imaginario, de un modo u otro emerge. Siempre salen imágenes desde lejos; quizás ésa sea la dificultad que encuentro al trabajar en este país. Aquí creo sobre el día a día, y allá, sobre lo anecdótico. Hay un distanciamiento con cierto deje de añoranza que me ayuda a crear: distanciamiento con la vida y una reflexión distinta.
En París me encuentro en un ambiente muy personal que hace que me sienta en condiciones mentales y hasta materiales objetivas para la creación. En una reciente entrevista me dijeron que, de seguro, podría volver a crear aquí si traía los materiales. Luego de reírme y de disculparme, respondí que no era un problema de portar acrílicos y pinceles, sino de espacio personal y de espíritu.
En realidad, todo esto es bastante complejo; estoy tratando de crear aquí, pero sinceramente aún no lo logro a pesar de las condiciones, del ambiente que me llena y que tanto me gusta. Hay algo a nivel cultural de mis propuestas artísticas que me impide en estos momentos abrirme a la creación. Llevo mucho tiempo intentado y hasta incursionando, pero no acabo de sumergirme por completo.

¿Cuál de tus obras crees que capte mejor esa atmósfera de la ciudad que tanto te cautiva?

Hay muchas que tienen que ver con La Habana y con lo que de ella me seduce; entre ellas están Aquí vivo yo y La sombra. Este último lienzo, de diez metros, fue expuesto en el Museo Nacional de Bellas Artes y resume un poco mis reflexiones desde lejos.

¿Hasta qué punto está lo cubano en tus obras?

Se ha dicho en algunas ocasiones que mi pintura no responde mucho a Cuba, aunque ingenuamente mi influencia de la plástica europea es evidente por encontrarme viviendo allá. Lo cubano está de alguna manera en todo lo que hago; en mi obra hay elementos extraídos de esta realidad. Ahora, en mis nuevos viajes, estoy redescubriendo el arte cubano, y éste también me está redescubriendo a mí.

¿Cómo pudiste estar tanto tiempo alejado de tu país y de tu capital?

Fueron bastantes años, ¿verdad? Estuve alejado por azar de la vida. En todo este tiempo me concentré en mi obra y comencé a desarrollarme y crecer como artista. Los últimos cinco años he estado viniendo frecuentemente, y espero seguir reencontrándome con el arte cubano, del que me siento parte una y otra vez.

¿Y no podrías llegar a saturarte?

De cierto modo podría decirse que sí, aunque no excluiría jamás a Cuba de mis planes. Han sido cuatro muestras consecutivas en poco tiempo y yo soy el que no quiero sobresaturar al público. Por ahora me voy a tomar un descanso expositivo hasta nuevo aviso.
Seguiré participando en algunas muestras colectivas a las que he sido invitado, y estoy en la preparación de mi último libro. Por el momento comienzo un período de reflexión y de búsqueda creativa, y tengo bastante trabajo en París en el que quiero concentrarme.

Moisés sólo anhela que no se le agoten las ideas para poder seguir «construyendo ese mundo de magia que me invento», confesó al final de nuestra plática.
Me despedí con una mezcla de resignada frustración, condicionada por no poder ejecutar el matemático capricho de despejar la x de sus infinitas ecuaciones de acrílico, óleo, tela, metal, piel...
Para lograrlo —me dije—, la próxima vez trataré de convertirme en uno de sus seres enmascarados y, bajo el velo de la duda o la certeza, intentaré convencerlo de que el arte es aquella mentira que nos acerca a la verdad.

Cecilia Crespo
Ganó el Concurso Nacional
de Periodismo Cultural «Monchy
Font» (2007), que otorga la UNEAC a
periodistas menores de 35 años.

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