Con su acostumbrado tono satírico, el cronista nos presenta «solamente unas cuantas, muy pocas variedades de sabrosos de la clase media y del gran mundo, que en nuestra capital han resuelto el trascendental problema de vivir ¨sin dar un golpe¨, sabrosamente, burlándose de la maldición bíblica: ¨ganarás el pan con el sudor de tu frente¨»

 Entre los hombres fachadas y los pertenecientes a una buena familia, ¡cuántos sabrosos no hay!

Infinitas son las clases de sabrosos y listos que pululan y medran en nuestra capital.
Empecemos por los sabrosos de alto copete, y entre estos, en primer término, citaré al sabroso político, que merodeando junto a líderes, caciques, representantes o senadores, tiene, según las épocas, su sinecura, su botella, o su consignación en Palacio o en alguna Secretaría del Despacho; que ha sido unas veces botellero de Lotería, otras secretario o empleado firmón de algún representante o senador, ya a sueldo entero, o al serrucho en el cobrin con el padre de la patria (¡así ha estado la patria con tales padres!). En ocasiones, empleado de plantilla, pero con la única obligación, y eso, después de enviarle varios avisos, de firmar la nómina y recoger el cheque (no han faltado sabrosos a los que se les enviaba la nomina a su casa para que no se molestaran en ir a firmarla, y recibían el cheque… por correo); otros han utilizado el sablazo, ya en forma periódica, ya por temporadas, a políticos y gobernantes, o las subvenciones mensuales de aquéllos y éstos; y así, hasta el infinito las mil y una artimañas, combinaciones, argucias y sistemas de que se han valido los sabrosos políticos en todas las épocas para vivir sin trabajar y vivir sabrosamente, sin que deje de citar, como la forma más pintoresca de sabrosura política, la botella-mula, o sea la del que ha tenido como botella mensual la consignación para sostenimiento de una mula; y la botella-bache, cuando el sabroso recibía la cuantía del arreglo de un bache… que no se arreglaba, como es natural, pero que arreglaba la vida del sabroso.
Todo eso en política. En la «alta» sociedad, los sabrosos, lejos de faltar, abundan extraordinariamente.
Entre los hombres fachadas y los pertenecientes a una buena familia, ¡cuántos sabrosos no hay!
Individuos con aspecto respetable o que llevan un apellido distinguido o aristocrático, de esos individuos que por su buena presencia y su buena cuna visten y le dan carácter a cualquier fiesta, recepción, banquete, conferencia, muchos son los que han vivido y viven de sabrosos, ya de alguna botella o consignación, al margen de la política, ya de algún amigo rico que le pasa su mensualidad, o le da de cuando en cuando un regalito, para que se vaya a viajar, solo o con la familia, o lo invita a pasar una temporada en su ingenio, o a veranear con él.
Uno de los medios más explotados por estos sabrosos de fachada, es la carrera diplomática. ¿Cómo se le va a negar un puesto de ministro, sobre todo en un país de esos que no saben ni que existe Cuba, al doctor Fulano, o al señor Mengano, tan distinguidos, de tan buen aspecto, con un apellido tan antiguo y respetado, que tan bien sabe vestir el frac y el chaqué, comer en un banquete, y hasta conoce su poco de francés… de salones?
Y así hemos tenido muchos ministros, sabrosos de alta sociedad. Algunos han llegado en su sabrosura a ser ministros… con residencia permanente en La Habana, sin visitar siquiera el país de su destino, o a lo más, haciendo el viaje en redondo, de ida y vuelta, al solo objeto de presentar credenciales, retornar a La Habana para seguir después cobrando el sueldo y los gastos de representación, como es lógico!
Entre nuestras eminencias, consagrados y Pachecos, no faltan, ¡qué van a faltar!, los sabrosos. Hay quienes monopolizan, ya puestos diplomáticos, ya representaciones, ya comisiones para estudiar en el extranjero… cualquier cosa y así, por el estilo, otras infinitas maneras de vivir sin trabajar.
Forman legión muy nutrida y respetable los que buscan en el matrimonio la manera de vivir sabrosamente, como aprovechados coburgos. La mejor salida la tienen los buenos partidos, chiquitos de sociedad, pertenecientes a familias linajudas aunque arrancadas. Le echan la vista a alguna chiquita con padre que tenga plata, hacendado, comerciante, industrial, cuyo apellido, González, Pérez, Martínez, López, está pidiendo a gritos la conjunción con esos apellidos que a veinte leguas se les nota el olor aristocrático y linajudo. Se casan con toda la prosopopeya sicalíptica-religiosa de las bodas de gran mundo, y el suegro le habilita al muchacho un "departamento" en su casa, le regala una máquina (gasolina, gomas, etc., incluido), lo lleva o manda a viajar… Todo por la hija y por el linajudo apellido con que se ha engalanado su modestísimo González, Pérez, López…
Estos sabrosos empiezan en coburgos y terminan en souteneurs, distinguidos siempre, y no
faltaba más!
Son éstas solamente unas cuantas, muy pocas variedades de sabrosos de la clase media y del gran mundo, que en nuestra capital han resuelto el trascendental problema de vivir «sin dar un golpe», sabrosamente, burlándose de la maldición bíblica: «ganarás el pan con el sudor de tu frente»; ellos lo comen, aunque no lo ganen, y si sudan es en verano cuando ya el dril cien resulta ineficaz para el calor.
Varios artículos hemos dedicado en estas páginas a exponer y estudiar los antecedentes coloniales, las múltiples modalidades y las desastrosas consecuencias, en lo individual y colectivo, de la guagüería criolla, o sea del hábito que posee el cubano, elevado a la categoría de inveterada costumbre, de procurarse un modo de vivir fácil y cómodo, sin grandes esfuerzos ni continuado trabajo, aunque las ganancias resulten por ello escasas e inseguras.
Y no sólo ha contribuido a crear y mantener la guagüería como institución nacional cubana, el factor predominante de la indolencia —producto del clima, de la mezcla de razas, de la esclavitud y del carácter de los conquistadores hispánicos— sino también, y de manera no despreciable, la influencia de otro defecto criollo: la viveza.
Tiene el cubano entre sus más grandes orgullos de raza, mejor dicho, de razas, el ser vivo, el pasarse de listo. Y esta viveza o listura se manifiesta de manera más aguda cuanto mas inculto es el sujeto, y siempre en relación con víctimas de superiores ilustración y cultura. La viveza persigue como finalidad la guagüería, pero en la forma de timo o engaño, y revela el goce intimo que experimenta el vivo de explotar, «poniéndole rabo», a otro individuo a quien reconoce superior en posición social, económica o política o en ilustración y cultura. Es al mismo tiempo la revancha del inferior y desgraciado contra el superior y poderoso, aunque a veces también se den casos de matches o competencias de vivos entre sí con el propósito de dilucidar quién es más vivo entre ellos.
Una forma de guagüería-viveza es la picada, y cuántos entre nosotros tienen como única profesión la de picador! Y picadores existen lo mismo entre la gente llamada baja que entre la supuesta alta sociedad o gran mundo, en los solares y ciudadelas, como en los clubs y sociedades elegantes. La diferencia sólo estriba en la cuantía de la picada. El infeliz barriotero pica un níquel o una peseta, o cuando necesita subir a uno o dos pesos la picada, mata al padre, a la madre o a algún hijo, o los enferma gravemente, o los recluye en el vivac condenados a «multa o días» por algún juez correccional, El gentleman o clubman da picadas gordas, aunque bastante enflaquecidas hoy por la crisis económica, suavizándolas con el calificativo de «préstamo para cubrir una deuda y necesidad urgente», y «con el compromiso de devolución segura» dentro de una semana o un mes, y hasta a día fijo; mes, semana o día que, como es de suponer, no llegan nunca. En los más estrictos clubs también se utiliza el sistema de picar en el crédito o cuenta de algún socio amigo o tomándole fichas en el juego, siempre a las ganancias y nunca a las pérdidas. Los líderes políticos y gobernantes sufren de manera grave las picadas de sus correligionarios, pero ello está en cierto modo justificado por las picadas de mayor cuantía que políticos y gobernantes dan al Tesoro nacional. En todas las categorías de picadores, estos gozan tanto por el dinero picado como por haberle «tomado el pelo» a la víctima del timo: «Me creyó el cuento que le hice y aflojó la plata. ¡Pa cubano vivo, yo!»
Ese morboso hábito de picar no respeta a veces la amistad ni los favores recibidos, sino que, por el contrario, se ceba aun más en el amigo y en el protector, a impulsos seguramente de sorda envidia o viejos rencores o a esa revancha de que antes hablé existen en toda picada siempre que el picador se sepa inferior, con la inferioridad en que se sienten el pobre de espíritu y el eterno fracasado, ante quien baja hasta ellos o les tiende la mano en la adversidad o en las dificultades o tropiezos, o ante quien triunfa en la vida gracias a su inteligencia y laboriosidad, calificadas por gentes de tal calaña sólo de «buena suerte».
Cuando a alguno de estos guagüeros y picadores se les censura el vicio que padecen, ellos, lejos de considerarlo denigrante y abochornarse o arrepentirse, se vanaglorian de lo listos y vivos que son, o tratan de justificarse con la popularísima máxima, elevada a la categoría de postulado patriótico: «Entre cubanos no vamos a andar con boberías», maxima que revela la confesión de inferioridad colectiva, de fatalismo nacional, ante los cuales, e incapaces de cambiar nuestro sino desgraciado como pueblo, no tomamos en serio nada porque no nos tomamos en serio a nosotros mismos, ni nos preocupamos de reformamos para progresar, porque lo juzgamos inútil, eternos condenados a no salir jamás de la triste condición de míseros colonos.

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964

Comentarios   

Sergio Argüello
0 #1 Sergio Argüello 25-08-2009 21:22
Me encanta su semanario. Me deleita verdaderamente leer a Emilio Roig. Gracias por proporcionarnos ese material. Excelentes los articulos sobre Cristobal Colon. Por favor diganme que significa la palabra "pacheco" en cubano.
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