En esta entrega, la última de sus acotaciones sobre aspectos de la vida y destinos de Cristóbal Colón, se detiene en que «En 1922 el ingeniero Luis Morales y Pedroso y la Sociedad Geográfica de Cuba señalaron a Gibara como el lugar de Cuba en que Colón desembarcó primeramente».
 «Una carta de González Lanuza sobre las cenizas que como de Colón se guardaron el año 1796 en esta capital» trata esta entrega del cronista, haciéndose eco esta vez «del placer que experimentaba el doctor Lanuza en comunicarse con sus amigos» y «un modelo admirable de humorismo e ironía», pues afirma que los restos de Colón son ñeques, o sea que poseen mala fortuna.
 En esta sexta parte, el articulista reseña «el mayor elogio de cubanos a los supuestos restos de Colón depositados en La Habana en 1796», tributado por el presbítero José Agustín Caballero y Rodríguez «el máximo apologista cubano de Cristóbal Colón y sus supuestas cenizas depositadas en La Habana en 1796 (…) traídas de Santo Domingo, después de cedida a Francia por el tratado de paz de Basilea la parte española de aquella isla».
 En la quinta parte de esta zaga de sus Acotaciones colombinas, el cronista cuenta «cómo fueron embarcados en La Habana, rumbo a España, en 1898, los supuestos restos de Colón», «por qué el gobierno español se llevó de Cuba en 1898 los supuestos restos de Colón» y las «tentativas del duque de Veragua para devolver a Santo Domingo los restos de su ilustre ascendiente depositados en La Habana», entre otros temas.