Con marcado tono satírico Roig refiere las peculiaridades de individuos –generalmente de aspecto respetable o apellido aristocrático– que abundan en la vida intelectual y literaria.

A los consagrados «el vulgo los tiene como verdaderos sabios y los únicos autorizados y capaces para tratar sobre cuanto a su especialidad se refiere».

Entre las distintas plagas que azotan nuestra sociedad en lo que atañe a la vida intelectual y literaria, son dignos de especial mención los consagrados.
 Como pueblo grande o aldea con pretensiones de ciudad, que eso y no otra cosa viene a ser nuestra capital, tenemos para cada rama del saber humano, un perito en la materia. En las poblaciones pequeñas existen siempre tipos, como el médico, el cura, el poeta, el barbero, el sabio, el borracho, el loco, etc., que acaparan por completo y son los únicos y legítimos representantes y maestros en su especialidad y los personajes más conspicuos e ilustres de la población a los que es indispensable acudir cuando de la materia en que ellos son expertos se trata, y cuya opinión y consejo son tenidos y considerados como la última y decisiva palabra que resuelve las discusiones que se suscitan y los problemas que se presentan en la aldea. Forman ellos también parte, en su carácter de notabilidades, de las cosas importantes y dignas de verse que se enseñan a los turistas o extranjeros que visitan la localidad.
Nuestros consagrados suelen ser respetables señores, muy conocidos, a veces, en su casa y con tanta ciencia y cultura como Pacheco, que por haberse dedicado durante toda la vida al estudio de una materia, el vulgo los tiene como verdaderos sabios y los únicos autorizados y capaces para tratar sobre cuanto a su especialidad se refiere.
Podría objetarse que en muchas y repetidas ocasiones el origen y fundamento de esa fama es bien pobre y deleznable: alguna conferencia pronunciada hace años y que fue bien acogida por la «sociedad de bombos mutuos», el adjetivo que siempre anteponen o añaden a su nombre los cronistas sociales, un artículo escrito con auxilio del diccionario enciclopédico… pero todos estos son chismes que corren los que envidian la gloria del consagrado o pretenden arrebatarle su puesto y renombre.
Yo siempre he sido entusiasta y resuelto partidario y defensor de los consagrados. Creo que ellos prestan en nuestra sociedad útiles servicios, que llenan una misión noble y provechosa a sus semejantes y, principalmente, a los que por suerte o por desgracia, por necesidad o por gusto y afición, pertenecemos a ese cuarto poder tan calumniado, y, cuyos valores, la dictadura que sufrimos ha hecho que apenas se coticen hoy en el mercado de la opinión pública.Los consagrados nos prestan a los periodistas un servicio inapreciable, pues cada que vez que la actualidad y los acontecimientos ponen sobre el tapete tal o cual cuestión política, literaria, artística o científica y deseamos informar al público sobre ella, no tenemos más que recordar quién es el especialista sobre esa materia y pedirle un artículo o celebrar con él una entrevista. Desde luego, nos exponemos a que el consagrado no nos resuelva ningún problema ni nos ilustre o aclare el punto discutido, pero el público queda satisfecho y nosotros salimos del paso y cumplimos con nuestra misión informativa.
Además, cuando alguna revista o periódico desea hacer algún número especial, reúne unas cuantas firmas de consagrados; o cuando se quiere organizar una velada, se procura que uno o varios números del programa lo llenen consagrados. Aquella edición o fiesta alcanzarán un éxito ruidoso. El público se hará lenguas pregonando: —«¡Qué buen número ha publicado la revista X!¡Qué espléndida quedó aquella fiesta!... Pero, no se te ocurra lector amigo, preguntar de qué trataba el artículo del ilustre Fulano, o qué dijo el insigne Mengano en su conferencia… Sufrirías un triste desengaño! Esos trabajos no se publican para ser leídos, ni esas conferencias se pronuncian para ilustrar a los oyentes. Y en esto, estriba, por cierto, la gloria de los consagrados. En que nadie los lee ni los escucha. Los que tal hacen no los entienden pero los admiran y váyase lo uno por lo otro.

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