Básicamente con la técnica de la colagrafía, Eduardo Guerra ha hilvanado por décadas su discurso, sin estridencias y sin concesiones. Se inserta en la tendencia antropológica de los pasados 90, pero sin descuidar la factura ni huir de esa «retinianidad» tan atacada por aquellos que privilegian la idea en detrimento del hecho visual en sí.
Eduardo es un comentador y un participante entusiasta de su tiempo: un artista imprevisible obsesionado por el buen hacer y el dominio de la técnica.

 Grabar, dejar huella indeleble. Nada menos que a eso aspira Eduardo Guerra. Use la tinta o la luz en la gráfica, o los sensibles desnudos fotográficos que ahora estrena, su obra se reconoce por cierta candorosa ironía y por una iconografía muy propia que bebe de la fuente primigenia del saber humano.
Ya habíamos advertido en su nutridísima obra cierto regusto por la sátira, el comentario mordaz, la crítica abierta a modos y costumbres del pasado que aún se enraízan en el presente, o que, simplemente, las difíciles condiciones económicas que ha vivido el pueblo cubano en las últimas décadas vuelven a sacar a la superficie: la usura, el egoísmo, la banalidad, la simulación, el doble rasero, la ostentación de ciertas desigualdades que no deciden el grado de aportación a la sociedad, sino la falta de escrúpulos o esa «viveza» que, en ocasiones, creemos consustancial a nuestro modo colectivo de ser y que, en resumen, no es sino desprecio por el trabajo y las capacidades del otro. Básicamente con la técnica de la colagrafía, Eduardo Guerra ha hilvanado por décadas su discurso, sin estridencias y sin concesiones. Se inserta en la tendencia antropológica de los pasados 90, pero sin descuidar la factura ni huir de esa «retinianidad» tan atacada por aquellos que privilegian la idea en detrimento del hecho visual en sí. Cada obra, narrativa a su modo, alusiva a algún aspecto de la cotidianidad, sirve, asimismo, para embellecer nuestro ámbito más próximo.
 «Mira, así somos», parece decirnos el artista; «aunque un poco de color, cierta organicidad en nuestra representación, no nos vendrían nada mal», creemos escucharle.
Ahora, tras exhibir en el habanero restaurante El Templete, nos hace pensar que estamos a las puertas de una eclosión. El magma de su trabajo comienza a correr ladera abajo y allí, donde se empoza, cristalizan nuevos caminos expresivos, nuevas temáticas y soportes hasta el momento ajenos: espejos, fotografía digital y, siempre, la colagrafía.
La serie «Especular» es paradigmática de la polisemia que busca y, ciertamente, encuentra el artista: a través de esos espejos, donde a un tiempo nos vemos y somos observados, se nos muestran varios niveles de la realidad consciente o inconsciente –que toda es una e indivisible–, aquello que nos revela la imagen y lo que de ella queremos tomar, en un acto de compleja, dolorosa, autoaceptación.
«Blancas colinas» –alusión a un verso nerudiano– es el título de los desnudos fotográficos. La pretendida cosificación de la mujer, el juego erótico con el maniquí sin rostro, los distintos entramados de la luz cayendo a chorros sobre el sujeto, nos hablan de un gozo en la percepción. Es gloriosa la desnudez, afirmativa, metáfora original de donde todo parte: colinas como senos, caderas como dunas, la pradera del pubis, sus abismos promisorios…
 Hace tiempo que, entre nosotros, el grabado dejó de ser mera extensión de la obra «mayor» o repertorio de técnicas y alquímicos saberes. El género demanda su jerarquía inalienable, su capacidad de, a pesar de la serialidad, constituirse como obra en sí con alcance y límites sólo fijados por los presupuestos y el talento que cada quien esté dispuesto a jugarse sobre el taco o la piedra. Por eso no debe extrañarnos que artistas como éste hayan circunscrito casi exclusivamente su hacer al mundo de la gráfica, sin por ello sentirse disminuidos ni invalidados para participar en la vigorosa corriente de la plástica nacional contemporánea.
Eduardo es un comentador y un participante entusiasta de su tiempo: un artista imprevisible obsesionado por el buen hacer y el dominio de la técnica. De él debemos esperar nuevos asombros. A él debemos exigir compañía, compromiso profundo con el don recibido, y mayores y más deslumbrantes descubrimientos.

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