Publicado en 2007 por la Editorial de Ciencias Sociales bajo la autoría de la investigadora, poeta y traductora Carmen Suárez León, el libro La alegría de traducir logra un acercamiento al arte y a la historia de la traducción literaria en Cuba, principalmente de aquellos textos originales en lengua francesa que fueron llevados al español por literatos cubanos de los siglos XIX y XX, para crear un diálogo que «no ha cesado de abrirle puertas y ventanas a nuestra respiración poética», según afirma la autora del volumen.

Presentado durante la Semana de la Francofonía en marzo de 2008, el libro La alegría de traducir, constituye una valiosa obra de consulta para toda persona que se inicie o desempeñe en el mundo de la traducción, así como para los amantes de la literatura.

 
 El libro La alegría de traducir de la investigadora, poeta y traductora Carmen Suárez León, fue publicado en 2007 por la Editorial de Ciencias Sociales.
Presentado durante la Semana de la Francofonía en marzo de 2008, el libro La alegría de traducir, de la investigadora, poeta y traductora Carmen Suárez León, constituye una valiosa obra de consulta para toda persona que se inicie o desempeñe en el mundo de la traducción, así como para los amantes de la literatura.
Publicado en 2007 por la Editorial de Ciencias Sociales, este compendio de ensayos logra un acercamiento al arte y a la historia de la traducción literaria en Cuba, principalmente de aquellos textos originales en lengua francesa que fueron llevados al español por literatos cubanos de los siglos XIX y XX, creando un diálogo que «no ha cesado de abrirle puertas y ventanas a nuestra respiración poética», según afirma la autora.
Para Suárez León, quien actualmente labora como investigadora del Centro de Estudios Martianos y trabajó como traductora de francés en el Instituto Cubano del Libro, muchos «ejercen la traducción como un acto liberador, más allá de sus cifras lingüísticas y culturales». Se trata de «ese ritual liberador que intenta siempre descifrar el texto del universo, nuestro texto», apunta.  
Al analizar ejemplos muy importantes de la historia de la traducción en Cuba, la ensayista incursiona en un campo poco explorado, adentrándose en las especificidades de traducciones hechas por José María Heredia, José de la Luz y Caballero y otros intelectuales del círculo delmontino, así como por Gertrudis Gómez de Avellaneda, Julián del Casal, José Martí y Cintio Vitier, entre otros.
La autora deja entrever que la traducción está relacionada directa y ampliamente con la ideología. Ejemplifica con Luz y Caballero, quien al traducir –bajo el seudónimo de «Un Habanero»– Viage por Egypto y Syria durante los años de 1783, 1784 y 1785, obra del francés C. F. Volney, aprovecha para identificar sutilmente el gobierno colonial español en Cuba con el despotismo turco, «para ilustrar a la juventud cubana de entonces», según Suárez León. 
«La práctica traduccional de Luz y Caballero sobre el texto de Volney conforma un proceso en el que práctica lingüística, histórica e ideológica contribuyen decisivamente en la conformación de la cultura nacional y del ser nacional cubano», resume en apoyo a su tesis.
En su ensayo Martí, traductor de textos, traductor de mundos (publicado en Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2005), su trabajo más reciente sobre el tema, Suárez León da continuidad a las valiosas contribuciones de su libro José Martí y Víctor Hugo en el fiel de las modernidades (La Habana, 1997), resultado de las investigaciones con que obtuvo el grado científico de Doctora en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana y el Premio Anual de Investigaciones 1996 del Ministerio de Cultura.
En ese sentido se agradece que haya incluido en esta ocasión el mismo conjunto de ensayos reunidos en el tercer capítulo de aquel libro: «Sobre la traducción martiana de Mes fils de Víctor Hugo», de manera que podamos releerlos y compararlos –por ejemplo— con el análisis que hace de las traducciones realizadas por el otro escritor modernista cubano por antonomasia: Julián del Casal y su «invención de Baudelaire».
Suárez León afirma que Martí y sus contemporáneos, «más allá de las aspiraciones ilustradas y románticas de las primeras generaciones de traductores literarios de la primera mitad del siglo XIX, se vieron comprometidos con la necesidad de instaurar el discurso de la modernidad así como la de formular proyectos alternativos para una modernidad capitalista emergente en un continente recién salido de la colonización española, en el caso de Cuba, aún en la batalla por librarse de ella, y en la vecindad de un país que adelantaba vorazmente y se medía con las primeras potencias del mundo».  
Para la ensayista, «a esta tarea especialmente compleja contribuyó de modo notable el trabajo de traducción implícito y explícito que lleva a cabo Martí, y que será en sí mismo, como procedimiento intercultural y mediador, como proceso de reescritura, una de las aventuras más apasionantes de la literatura hispanoamericana», que se mantiene hoy día como «el costado más actual y provocativo para el estudioso de la traducción martiana en estos días».
En el artículo «Traducir Mes fils», publicado en 1875, el propio Apóstol no sólo comenta su experiencia como traductor de ese relato de Víctor Hugo, sino que desarrolla también una reflexión teórica sobre el fenómeno de la traducción literaria en medio de la peculiar interrelación cultural que Hispanoamérica mantuvo con Francia y el resto del mundo en el siglo XIX.
A partir de la frase martiana «traducir es transpensar», Suárez León subraya el «carácter lúdicro, la aventura creativa que supone traducir por placer el texto que amamos». De ahí lo acertado del título de su compendio de ensayos, una paráfrasis de otra aseveración extraída de «Traducir Mes fils»: «Yo habré traducido mal; pero en fin yo me he alegrado una vez bien», como reconoce provocadoramente el Apóstol.
En cuanto a las traducciones del siglo XX, luego de mencionar a algunos colaboradores de la revista Orígenes, la autora prioriza a Cintio Vitier, quien en 1952 tradujo y publicó Un golpe de dados jamás abolirá el azar, de Stéphane Mallarmé, y, dos años más tarde, las Iluminaciones, de Arthur Rimbaud.
Como colofón, Suárez León dedica dos trabajos a casos excepcionales. El primero, sobre el texto Una curiosidad literaria, escrito por Eliseo Diego para rendir tributo a Luis Rogelio Nogueras y, de paso, reciprocar las fabulaciones de este último en su poemario El último caso del inspector (1983).
Entre los poemas apócrifos que componen ese cuaderno, hay uno adjudicado al niño prodigio norteamericano Yves Moor, con el título «Nada». Pero el meollo de la cuestión radica en que Nogueras —su verdadero autor— lo presenta como una supuesta traducción de Diego.
En el número que dedicara Cine cubano al tempranamente desaparecido poeta y jefe de redacción de dicha revista, Eliseo invierte el divertimento literario con una «patraña gozosa»: traduce al inglés el poema de Nogueras y, de esta manera, lo legitima como aquel supuesto original del precoz Moor. 
El segundo ejemplo singular consiste en la traducción al español que hiciera la propia Suárez León de los nueve poemas sinfónicos escritos en idioma francés por Alejo Carpentier con invocaciones de ritos afrocubanos recogidos en los solares de La Habana como material para su novela ¡Écue-Yamba-O!
El músico francés Marius François Gaillard compuso la música para esas piezas, cuyas partituras –publicadas en 1929– tuvieron que esperar hasta 1989 para ser traducidas al español, cuando fueron desempolvadas con motivo del 85vo aniversario del natalicio del gran escritor cubano.
 Como «un testimonio raro y valioso de las estrategias de inserción de la cultura cubana en el discurso artístico de las vanguardias europeas», define la ensayista esos poemas sinfónicos en su trabajo «Algunas reflexiones en torno a una traducción: Poemas de las Antillas, de Alejo Carpentier».
A modo de conclusión, la autora asevera que «los trabajos presentes en este libro son ventanas que asoman a un universo de interrelaciones culturales que requerirá de muchos estudios en lo porvenir. Ninguna cultura y ninguna literatura dentro de ese vasto campo en eterna interacción, puede producirse aisladamente. La traducción de textos es uno de esos vasos comunicantes cuyo flujo y reflujo, en cualquier lengua, nos habla de la singularidad del proceso de intercambio y conformación por el que discurre y con el cual se articula el perfil cultural de un pueblo».

Rosa Barrera
Opus Habana

 

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