Con sede a partir de hoy 25 de junio en San Francisco de Asís, la edición del evento La vasija resulta una especie de vuelta a los conceptos originarios que motivaron su organización: esto es, brindar una alternativa para eventos que, al poner en íntima relación, esculturas, instalaciones, vasijas y paneles de azulejos, dejaban —de alguna manera en desventaja— a los dos últimos rubros que sufrían por comparación con categorías de más denso alcance formal.

 Hubo, por suerte para el evento, en esta oportunidad, una gama importante de recipientes presentados en diversos formatos, que permitieron continuar relacionando actitudes a menudo contrapuestas dentro de la creación cerámica

  
 Momentos de la inauguración de La Vasija 2009, en el Claustro Sur de San Francisco de Asís. Hace la presentación, la directora de esta institución de la Oficina del Historiador de la Ciudad, Gertraud Ojeda, rodeada de miembros del Jurado y de artistas premiados.
La edición del evento La vasija (Convento de San Francisco de Asís a partir del 25 de junio del 2009) resulta una especie de vuelta a los conceptos originarios que motivaron su organización: esto es, brindar una alternativa para eventos que, al poner en íntima relación, esculturas, instalaciones, vasijas y paneles de azulejos, dejaban —de alguna manera en desventaja— a los dos últimos rubros que sufrían por comparación con categorías de más denso alcance formal. Arrastrados por la seducción de estos últimos, valiosos aportes realizados por nuestros autores, trabajaron en sentidos que, aunque meritorios, se iban separando de la idea originaria: abrir un espacio para contenedores y obras bidimensionales decoradas a la mayólica o en técnica bajo cubierta —si se quiere más convencionales— que permitieran su más justa apreciación.
La edición del evento que nos ocupa estuvo precedida por la apertura de la muestra «Un ceramista, una maceta», una planta que, con destino a la ambientación permanente de la Casa Aguilera como sede del Museo Nacional de la Cerámica Contemporánea Cubana, fue abierta al público el 5 de junio del 2009. Destacados creadores cubanos concibieron expresivos recipientes para determinadas plantas, que contribuyeron a fortalecer los tradicionales vínculos entre lo útil y lo bello tan deseable para calificar adecuadamente espacios públicos o semiprivados. Tal exposición, muestra colateral de La vasija, refuerza el concepto primigenio ya definido de abrir espacios de apreciación para líneas de trabajo donde el recipiente debe seguir ejerciendo —con su permanencia—la magia de su influjo a través de una manifiesta función utilitaria sin por eso perder rango estético.
Que en La vasija (versión del 2009) hayan compartido el primer premio una maceta
—pieza de marcado carácter utilitario— de Manuel Moya y dos obras de la serie Homenajes y tributos, de Ángel Rogelio Oliva —con su acostumbrada dimensión conceptual— marca un interesante punto de confluencia entre criterios que no tienen razón alguna para ser contrapuestos cuando, en definitiva, los unen exquisitez formal, refinamiento, pericia técnica y méritos estéticos, aún cuando los caminos transitados por sus artistas sean diversos, tanto como sus respectivas funciones.
Hubo, por suerte para el evento, en esta oportunidad, una gama importante de recipientes presentados en diversos formatos, que permitieron continuar relacionando actitudes a menudo contrapuestas dentro de la creación cerámica, a partir de obras donde lo práctico daba alcance a lo artístico-decorativo y viceversa, y no sólo entre las piezas volumétricas, sino en los paneles de azulejos, categoría incluida en este tipo de evento por razones ya esbozadas: desde la elaborada contribución de Ioán Carratalá con Temagia Tou Orgasmou en su conocida línea de fragmentación de la herencia clásica hasta la técnica del tren cadis en paneles aplicados a estructuras de uso como las mesas de centro por Fernando Velázquez Torres.
Un nexo digno de ser tomado en cuenta es el expresado en la instalación Pase a tierra, de Alberto Rivero que, probablemente sin pretenderlo, establece vínculos entre el planteamiento museológico que rigiera en Un ceramista, una maceta, una planta, cuando esta obra —que recibiera el Premio especial de La vasija, 2009— vincula exitosamente una palma real al contenedor de barro que la recibe. El gesto del autor, en cuanto a donarla a la colección del Museo como parte de la ambientación de su patio central, cierra —creo que brillantemente— este ciclo de actividades relacionadas entre sí y en pos de un mismo fin: ampliar sustancialmente el alcance de la creación cerámica de nivel artístico en nuestro país. Crear amplios flujos entre tendencias, establecer vasos comunicantes entre categorías próximas, mantener las bellas y benéficas relaciones entre tradición, modernidad, posmodernidad y todas tendencias o corrientes existentes o por venir es algo positivo, donde la positiva contaminación entre expresiones diversas puede alimentar los distintos momentos del arte a través de  las muchas vías diseñadas para tender lazos cada vez más abarcadores por parte de una manifestación estética como la cerámica artística que en Cuba da continuas señales de vitalidad.

Alejandro G. Alonso
Director del Museo de la Cerámica Contemporánea Cubana

 

 

 
1.- Premio Especial: Pase a tierra, de Alberto Rivero.
2.- Premio Opera prima: al conjunto de platos Aleph, de Celia Mariana García.
3.- Primer premio compartido: Botella infinita y Desconstruyendo, dos obras de la serie Homenajes y tributos, de Ángel Rogelio Oliva.
4.- Primer premio compartido: Sin título, de Manuel Moya.
5.-  Segundo premio compartido: Todo por…, de Grisel Rivera.
6.- Segundo premio compartido: Sin título, de Fernando Velázquez Torres.
7.- Tercer premio compartido a la instalación: Inside, de Javier Martínez.
8.- Tercer premio compartido a la instalación: Destino incierto, de Lázaro Hernández La fuente.
9.- Menciones al panel: Temagia Tou Orgasmou, de Ioán Carratalá.
10.  Menciones al panel: Elementos, de Adolfo César Paradís.

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